noviembre 29, 2010

Lo que el viento se llevó

Hace muchos años que observo el vaivén de las calles y las avenidas donde habitualmente tránsito y escucho las miles de historias que aquejan en los buses, trenes, taxis y demás medios de transporte. A pesar de la diversidad de historias y linajes, me encuentro extrañamente con los mismos miedos, soledades y desencuentros en cada una de ellas.
Miro las calles y en cada mujer que veo encuentro una historia. La soledad hace que ellas formen parte de miles de fantasmas que eternizan este mundo, del cual todos formamos parte; en la cual me incluyo sin excepción.
Hay cosas que siempre me han fascinado fuera de escribir, la primera son las películas y después la música. Y cuando escucho alguna historia las puedo ver a través de una sinfonía de imágenes con fondo musical, de manera inevitable.
Aunque parezca trillado, cuando una relación termina pensamos que el mundo se nos cae encima. Y algunas se preguntan si alguna vez encontrarán a alguien con quien compartir sus vidas o estarán solas por vida. Finalmente terminan mirándose al espejo reconociéndose: feas, gordas, desaliñadas y culpables. Muy bien el párrafo anterior podría ser la publicidad de una crema rejuvenecedora que al final te da un vano consejo “no te sientas así, si te echas todas las noches la pomada de las diosas  te sentirás como una diosa”. Espero no pecar de darle publicidad a una crema que ojalá no exista.
Cuando las relaciones se acaban siempre escuchamos vocecitas internas que nos dicen que deberíamos haber hecho y ninguna que nos empuje a lo que debemos hacer en esos momentos. Te quedas en un estado catatónico comúnmente llamado “estado de schock” y suspiras sin intermedios hasta que la garganta te lo permite y lloras por las calles, los cuartos y las tiendas. Pero lo divertido es que mientras lloras vas comprando jerseys, panties, zapatos y si queda algo de dinero vas a llorar por los restaurantes comiendo todo lo que tu estómago te lo permite. Al menos los primeros días. Los otros días ya no tienes hambre y haces un tour personal hacia los sitios que pasaste con tu supuesta pareja que te llevó a la ruptura y miras tu celular o revisas tu Facebook para ver si te dejó algún mensaje o si tiene alguna nueva amiga. Cuando pasa la tortura depresiva, viene la etapa de destrucción y queremos romper todo lo que queda a nuestro paso. Terminan en el basurero, libros si te los regaló él o lo olvido en tu casa, alguna cosa llamada “significativa” que él te dio como una joya barata que te gustó en algún escaparate, flores muertas dentro de un libro que nunca lees o borras todos los e-mails que te escribió o pones una mancha en la cara del susodicho porque no quieres deshacerte de esas fotos porque son de alguna fiesta o un viaje inolvidable etc. Sin embargo, piensas dos veces antes de arrojar el negligé,  la cámara que te regaló, el libro que dejó que te interesa o alguna cosa de valor que crees que pueda servirte. Eso me hace recordar a una amiga mía que vendía las cosas que le "sobraban" después de cada relación y sólo se quedaba con una sola cosa como recuerdo, eso decía.
El sobrellevar el final siempre es complicado, pero las mujeres tenemos esa fortaleza inigualable que nos hace poderosas y casi diosas frente a la adversidad. Ahora si volteamos la hoja y miramos para el otro lado podemos ver muchas historias completamente diferentes. La que ellos nos pueden contar.
Como ya es hora de tomar mi café, les dejo una canción muy muy  vieja de Roberta Flack “killing me softly with his song”.